Aquel descompuesto día que se daba a la fuga entre la música y las nubes, aquel suave murmullo que farfulla palabras a tus oídos, que te habla con aliento etílico; esa mañana llena de nubes, esa tarde llena de risas; eso, lo que llega entre el sueño y la noche. Lo que descubres por la ventana.
Lo que cruza a través de un pequeño infinito, lo que deambula por las paradas; lo que se hace muchas veces sangre, aliento y respiración; esa intervención del pensamiento que se deja entrever por el hueco donde metes las llaves; aquello, eso, lo que te mira, lo que te tiene, lo que te besa. Lo que a la confusión se parece. lo que deambula por tu mirada.
No se haga el mundo entero roto, que por una tarde de otoño, por demás clara y apabullante; con la misma historia de no tener futuro, con la misma ilusión de no estar seguro, se contrapone a los dictámenes que aparecen en mitad de los complejos silencios que se dilucidan por ahí -tu sabes dónde- No se haga invierno de repente, que te llegue la mirada y el sonido de la armonía de una voz caudalosa e inasible. Mientras tanto no se haga eterna mi vida, que acabe abril y se venga la rotura de los velos.
No caiga entonces tu mirada verde y serena, no caiga el blanco de tu presencia en el atardecer, no caiga tu risa, tus palabras, no caigas tu mientras te veo en el vuelo suave que te lleva por las esquinas de mi mente.
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